lunes, 1 de diciembre de 2008

La triste soledad de la montaña

Desde los majestuosos montes del oriente
la bruma iba bajando lentamente, sin resuello;
despejada claridad, brillante nieve ,
la que no dejaba circular, mirada ausente,
a las grises aldeas que se hundían sin remedio
en la blanca polvareda del sendero.

Al acercarnos, un perro fatuo olisqueaba
en los tersos zurrones del camino,
viejas bolsas henchidas de nostalgia
despejaron la duda al can curioso.

Pudimos, finalmente, aproximarnos al calor
de la lumbre, al basto cielo de cabañas
anexas al camino, donde ancianas desdentadas
musitaban antiguas canciones de otros años.

El calor del hogar, triste destino, nos tradujo
el enigma del paisaje.
Soledad, vano viaje, certero acierto
que introdujo en nosotros un rumor acre,
la sempiterna pregunta en el destino.

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