miércoles, 17 de diciembre de 2008

El antro

En la tenue oscuridad de aquel antro,
dentro de esa obligada luz vespertina
que nos condujo a tal lugar,
pensamos en el frío de la juventud,
en el humo que, desconsideradamente,
en repetidas volutas seguía ignorando
esos atardeceres fugaces de los versos de Cavafis.

Creímos que lo clásico no era lo nuestro,
que la mesura, que el sueño de faldas
hechas de seda y bellas mujeres, se escapaban
por conocidos laberintos que se hacían extraños.

No hubo más que silencio en ese instante,
verdadera pasión por lo propio,
cierto atrevimiento de ser fuertes
y una sarcástica sonrisa dirigida al camarero,
que miraba con algún rencor a la luz de luna.

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