martes, 23 de diciembre de 2008

Estampa navideña de un vagamundo

No se puede hablar para quien te oye
ni oír para quien todo lo habla;
es el fin del arte superfluo, lloriqueoso,
amoroso...

Si día a día alegras mis días
por qué no eres optimista, iconoclasta...dulce.

No se puede escuchar lo que no deseas
imaginarte dolor en la música
o alzar la torre más alta que jamás
hayas intuido: siempre es agradable
alejarse sin ruido, sin consonancias...
sin comidas de mediodía, sin grandes cenas.

Es un deseo desesperante
con una enorme comprensión que no te deja impasible.

Son muchos instantes abogando por lo correcto,
lo que los demás desearían hacer
y es menester que vayas descubriendo esa sensibilidad
que te arroja a la desidia, a la bebida con fatal término.

Pero... nuevamente “el brasero de los pobres” asoma,
gente jadeando con brillantes trajes y olisqueando
las nalgas ajustadas por la cubierta y añoras
la imagen de la pulcritud, de la memoria hecha jirones
de noches, de huríes que ahora son señoritas.

Los comedores continúan repletos de tenedores
que escurren grasa por su parte más débil
y alguna sonrisa forzada en esta nueva manera
de vivir que poco a poco más se aleja de nuestro horizonte.


El resto sería vivir...
mientras la cotidianeidad te fuerza a respirar,
a representar lo más rentable, lo menos ridículo
lo que hizo de ti un nombre y, ahora, se va difuminando
“como lágrimas que desaparecerán con la lluvia”.

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