jueves, 23 de junio de 2011

Un viaje en tren

Cuando veo acercarse al tren que llevará a mis hijos
a lugares insospechados y normales,
comienzo a derramar lágrimas inútiles.

Soy un cateto con corazón, sin fuerza ya,
sin sensaciones...
No se puede percibir lo profundo.

Antiguamente traqueteaban
fuera de la estación,
iluminaban los serios faroles del andén,
ruinosas vías sin sentido
se escondían entre los trozos de hierba seca.

La luz mortecina del vagón-guía no era una ilusión en la noche,
era casi una muerte de nada,
una pequeña fantasía a oscuras
con un tipo serio en la cantina que ofrecía un trapo sucio
y mucho refresco de alma.

Decía: "Refresco el mar, refresco la noche,
saludo a la soledad de la valija,
y aprieto los dientes cuando ebrio
descubro al que se marcha..."

Ahora, todo pasa deprisa como una brizna,
no hay luces, todo son formas redondas en los viajeros
y maletas que se sitúan unas junto a otras,
apenas hay la intimidad de antes.

Y cojos, o fuertemente sujetos a unas alas,
sonreímos entre los cristales binoculares
que reflejan un paisaje que no es de fantasía, es real.

No hay paisajes oscuros en este viaje: era una mentira.
Pero sí mucho molino y un cierto brebaje pagado
por los viajeros que miran al frente de sus caras
y escogen unos pequeños hilos que no son de seda,
mas magnifican el sonido que dentro es ausente.

Últimamente, sueño con trenes recios
que me hacen adivinar
unas grandes alas que desprecian al suelo,
al cielo...

No hay comentarios: