viernes, 8 de agosto de 2008


Ya sabemos que arrastrar los pies en la arena
deshace los callos y las durezas del alma
hasta que te encuentras a un viejo sucio
sin candil
vendiendo gaseosas y ánimo a los vecinos
del bloque.
Evidentemente sostienes la sobriedad
de una playa familiar
que, por la mañana, soporta el grito
de ese viajero que no acabó la noche
y que pronto marchará a su lugar.
A veces, luminosas señoritas me hacen
sentir miedo de la envidia de mí mismo
del hortera de este año
Y con los ojos inabarcables y rojos
recorro el mismo paseo marítimo
que me ha hecho soñar
con las mismas noches de la infancia.

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