Si en los viejos peajes de Las Cabezas de
San Juan,
y después de Jerez
hubiéramos vislumbrado el mar:
nadie pagaría peaje.
Sentiría el efluvio de la humedad,
el ligero frescor del viento marino.
Se podría haber visto a los grandes barcos
a las iguanas viajar por entre las rocas de Sancti Ibañez.
Hubiéramos soñado en bebés
que podían deshacer su piel
frente al sol que no distingue edades.
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