Estamos
locos, inútilmente ineficaces y soberbios,
y
hacemos cabriolas de circo para imaginar
antiguos
recelos y desechos majestuosos,
buscando
un lugar en el pesebre,
falsamente
divino.
Pero
la dulzura superficial de estas fiestas
se
convierte en recelo y locuacidad imaginada,
y los
hombres acuden a las falsas fogatas
y a
los lugares en los que se hacen aspavientos.
Y
amanece por el sur...y todos contentos...
porque
el enemigo es ahora solidario,
amigo
de los brindis y de la ropa vieja,
la
misma que lucías desde muy joven.
No
respiras porque la vieja mesa
que
crujía bajo tus pies era adorable,
adorables
tus ideas, tus padres sensibles
augurándote
un rostro feliz y serio.
Y, de
pronto, una vela llena de ambrosía
te
enciende y reverbera en el silencio.
Pides
silencio, el mismo que se hizo
cuando
nació aquel que llaman dios.
Ante
esto, comienza la duda de saber
si
estos viejos olivos serán veraces
si
los romanos asesinaron vilmente
al
que nos humilló sin voluntaria intención.
Y
surge la creencia de los hombres humildes
que
no son comprendidos...
ni
siquiera veraces en la espera más triste
del
final de estos días, del final de esta farsa.
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