Siento cierta aversión y desprecio por lo genialmente admitido,
porque lo que realmente es conocido por todos es la soledad,
esa extraña sensación que apenas se aprecia una tarde de verano,
y que huye divertida en cualquier fiesta llena de guirnaldas.
Siento, en ocasiones, desprenderse la piel a jirones secos,
mientras el resto de los paseantes se jactan de la desidia
y, inescrutablemente, se quejan del dolor de la amistad,
la que sorprende a los amigos más inciertos e imaginarios .
Siento una enorme soledad amiga de los desamparados
que encontraron el deseo, el sexo y la amistad somera,
esa que en las tabernas acaba siendo cierta y eficaz
como los sondeos en tierra ajena, baldía y certera..
Siento solo algunas veces el desprecio por lo humano,
por lo sensible que aparenta seguridad en el alma
y que acaba arrastrándose por los pegajosos lodos
que indican un cierto límite, una frugal sensación de olvidar.
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