jueves, 25 de septiembre de 2008

A mi mujer

Ingrid, en este verano, ya hemos dejado de visitar

el pequeño vergel de la osadía;

mi pequeña Ingrid, sabes del humo de la sal,

del pequeño animal que se deja sentir

admirando los huecos de la memoria de todos.

Mi dulce Ingrid, no ha sido tan importante

no viajar más allá de la memoria, sí ignorar

las lunas vacías de contenido,

viendo pedalear almas alocadamente.

Ingrid, tú sabes de autopistas y de amor,

de insignes , desconociendo esa raya

del cariño que, más tarde, es un número.

Mi dulcísima Ingrid, sabes de los hombres que somos,

de la estupidez humana que se desparrrama a veces,

del admirable hecho de ser mujer.

Mi dulcísima Ingrid...

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