Intento muchas veces pensar en lo evidente,
si Dante, si Petrarca, Villena o Garcilaso
circundan nuestro rostro de forma permanente
durmiendo a la interperie, sorbiendo mi fracaso.
Si el campo de las musas es algo pasajero, inútil
y alejado, abierto a los caprichos del solo solitario
que a solas imagina el nombre de las cosas, el odio
de los bárbaros, la música del cielo o... todo lo del Arno.
Ya sabes que la huída es algo pasajero
que el verso de los tristes es algo ya acabado
que ,de las letras, la música termina en la penumbra
de un monte inteligente, oscuro, inasequible
a todo desaliento.
Bien crees en la imagen formada de palabras
laberinto o juego de esfuerzos infantiles y almas apagadas...
y así una triste tarde de álamos, Machado se aparece,
defiéndese Quevedo, diviértese el lego sacerdote,
brillando está Darío ( a veces perfumado) y Cavafis fumando
algunos imposibles, su mano va arrastrando.
La sangre del amor-dices- y huyes apagado
al fondo de la noche de árboles frutales, amigo de los muertos
despacho de abogados.
Convencido de por siempre que todo esto es posible
en este mundo ignaro.
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