martes 1 de abril de 2008
Las mañanas son siempre un momento de desasosiego para el hombre que vive solo. No es mi caso; sin embargo, en un relato de Raymond Carver he visto a uno así. Es por eso, que me he atrevido a escribirle un poema en su homenaje.¿ Acertado? ¿ Desacertado? Vosotros diréis.
De pie, junto a la ventana,
balanceádome al borde mismo de la tarde,
oscilaba con un baile muy macabro,
contemplando al borde del abismo
que la tierra más se me acercaba.
La caricia de la bestia,
con un vértigo apenas defendido,
subía de los pies a la cabeza
imaginaba de un pueblo un sentimiento
con su faz de piel, más insumiso.
Acariciando suavemente a las pieles delicadas,
las mañanas del suicidio aparecieron.
Un buen güiski, una montaña
arrebujada, siempre a Dante quisieron proclamarlo.
Mas no hubo fin ni una mirada,
un aliento de alguien que fue serio.
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