Cuando con cuatro patas vimos el horizonte,
pensamos en un centauro mitológico
que lloraba por sus ninfas perdidas.
Equus me sonaban...
Los golpes de campana eran sonidos cada vez más lejanos
de la carroza.
La ansiedad del pastiche se me vino a la cabeza:
sajones- no ingleses-, revuelos, palmas y un sinfín de olés
dejaron mi alma arrastrada por los caminos.
Entonces, surgieron andanadas de fuerza
que alejaban al enemigo:
y, nuevamente, sin aliento,
comencé a suspirar himnos del más allá,
comencé a llamar a los dioses del otro lado
y tampoco atendieron mi pena.
Sólo quedaron dos puntos suspensivos para amar...
el tercero era una llamada inútil,
porque inútil es la naturaleza.
Fue cuando vi al santo navegar con arado virtual
alejarse con una sonrisa de surco
diciendo a todos una letanía incomprensible
y... llorar por lo que atrás quedaba.
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